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martes, 5 de mayo de 2015

La Reforma Gregoriana

Disputa por la supremacía dentro del mundo cristiano en el siglo XI.

    La conocida como Reforma Gregoriana, denominada así por su principal impulsor el Papa Gregorio VII, intenta poner fin a la disputa entre los poderes laicos y eclesiásticos. El ejemplo máximo de esta disputa por la supremacía en el mundo cristiano tiene como protagonistas principales al Papa de Roma y al Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Con la coronación de Carlomagno en el año 800 se reconoce el origen divino de los reyes y se les otorga poder sobre la religión, Papa incluido. Pero esta tutela del emperador sobre los poderes religiosos no tardará en ser puesta en cuestión dando origen al conflicto que nos ocupa.



    Gregorio VII



   Antes de meternos en faena vamos a hacer un esbozo de la biografía de Hildebrando Adobrandeschi, nombre real del que posteriormente será Gregorio VII. De origen italiano, perteneció a la orden de Cluny y ocupó varios cargos de la corte papal de Gregorio VI, Legado Pontificio en Francia y Alemania, consejero del Papa Alejandro II y finalmente es elegido como Papa en el 1073. El principal legado de su pontificado es la labor reformadora que lleva a cabo en el seno de la Iglesia que, en lo que a nosotros nos interesa, iba destinada a liberar al poder eclesiástico del yugo de los poderes laicos. Además, también se orientaba a consolidar el poder de Roma en el mundo católico o unificar la liturgia, por ejemplo.

   Como ya hemos dicho el culmen de esta reforma es la redacción de las veintisiete normas conocidas como “Dictatus Papae”, que le son atribuidas directamente aunque no está del todo claro. Estas serían promulgadas en el 1075, dando origen a una encarnizada disputa con el emperador Enrique IV, enfrentamiento que durará hasta su muerte, en el 1085 en Salerno, sur de Italia.

    Situación de la Iglesia en el siglo XI

    La Iglesia en esta época se encuentra con dos problemas principales en su seno, a la erradicación de los cuales van destinadas parte de las medidas reformadoras. Estos son,por un lado, el nicolaísmo y por otro la simonía. Y por si acaso os suenan a chino os lo explico ahora en un momentito. El nicolaísmo viene a ser la negativa a cumplir el celibato eclesiástico, es decir, la prohibición de tener esposa o pareja (no confundir celibato con castidad, que eso es otro debate). Por su parte la simonía es el mercadeo de los bienes eclesiásticos que pueden ser cargos, reliquias, objetos sagrados o los llamados “bienes espirituales (bulas o indulgencias). Como podéis ver la simonía será también uno de los detonantes de la reforma luterana, de la que ya hablaremos cuando llegue el momento.

    Para poner fin a estas malas prácticas, dentro de la Iglesia surge una corriente que intentará aplicar a todo religioso el espíritu de la regla benedictina, cuyo principal ejemplo en esta época es la orden de Cluny, que también serán los principales impulsores de esta corriente. Sin embargo, desde la corte imperial se apunta a que la única manera de garantizar la buena praxis de los religiosos pasaría por la supervisión del emperador. Esto que puede parecer muy gentil por su parte:"que majo el emperador que se preocupa porque los monjes y sacerdotes se porten bien", no lo es tanto. La realidad es que esta sería una manera de ejercer control dentro de la Iglesia teniendo acceso a la elección de cargos, incluido el mismo Papa.

    Inicio del conflicto abierto

    Obviamente esta postura del emperador, en este momento Enrique III, no fue bien vista por parte de la curia pontificia y que se defiende afirmando que todos los males dentro del seno de la Iglesia se iniciaron con la intromisión de los poderes laicos. No deja de ser curioso que mientras se gesta este debate, el propio emperador Enrique III apoye la candidatura al papado de papas de ideología reformista como León IX, con el que se las tendrá tiesas.

    A la muerte de Enrique III el Sacro Imperio vive una época de debilidad, ya que su heredero aún era menor de edad y esto es aprovechado por el papado para liberarse de las presiones laicas. Esta liberación es tal que el Papa Nicolás II (1059-1061) promulga un decreto en el que deja el papel del emperador a la hora de elegir nuevo pontífice en algo testimonial. Se afirma que su opinión será tenida en cuenta por los electores pero no tendrá carácter vinculante.


    Pero cuando Enrique IV acceda a la mayoría de edad en el 1069 las cosas van a cambiar. Animado por una facción del clero alemán que defendía la práctica de la simonía, algo que daba pingües beneficios, inicia una política de intervencionismo en la Iglesia. Frente a él se erigirá la figura de Gregorio VII, que dos años después de ser elegido Papa promulga los “Dictatus Papae”, que enfriarán aún más las ya complicadas relaciones entre la Santa Sede y el Trono Imperial.

    Dictatus Papae

    Los veintisiete puntos de los que hablamos son:


  • Que sólo la Iglesia romana ha sido fundada por Dios.

  • Que por tanto sólo el pontífice romano tiene derecho a llamarse universal. (Recadito para el Patriarca de Constantinopla)

  • Que sólo él puede deponer o establecer obispos.

  • Que un enviado suyo, aunque sea inferior en grado, tiene preeminencia sobre todos los obispos en un concilio, y puede pronunciar sentencia de deposición contra ellos.
  • Que el papa puede deponer a los ausentes. (En un concilio, se entiende)
  • Que no debemos tener comunión ni permanecer en la misma casa con quienes hayan sido excomulgados por el pontífice.
  • Que sólo a él es lícito promulgar nuevas leyes de acuerdo con las necesidades del tiempo, reunir nuevas congregaciones, convertir en abadía una canonjía y viceversa, dividir un episcopado rico y unir varios pobres.
  • Que sólo él puede usar la insignia imperial.
  • Que todos los príncipes deben besar los pies sólo al papa.
  • Que su nombre debe ser recitado en la iglesia.
  • Que su título es único en el mundo.
  • Que le es lícito deponer al emperador.
  • Que le es lícito, según la necesidad, trasladar los obispos de sede a sede.
  • Que tiene poder de ordenar a un clérigo de cualquier iglesia para el lugar que quiera.
  • Que aquel que haya sido ordenado por él puede ser jefe de otra iglesia, pero no subordinado, y que de ningún obispo puede obtener un grado superior.
  • Que ningún sínodo puede ser llamado general si no está convocado por él.
  • Que ningún capítulo o libro puede considerarse canónico sin su autorización.
  • Que nadie puede revocar su palabra y que sólo él puede hacerlo.
  • Que nadie puede juzgarlo.
  • Que nadie ose condenar a quien apele a la santa sede.
  • Que las causas de mayor importancia de cualquier iglesia, deben remitirse para que él las juzgue.
  • Que la Iglesia romana no se ha equivocado y no se equivocará jamás según el testimonio de la Sagrada Escritura.
  • Que el romano pontífice, ordenado mediante la elección canónica, está indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado Pedro, según lo afirma san Enodio, obispo de Pavía, con el consenso de muchos santos padres, como está escrito en los decretos del bienaventurado papa Símmaco.
  • Que a los subordinados les es lícito hacer acusaciones conforme a su orden y permiso.
  • Que puede deponer y establecer obispos sin reunión sinodal.
  • Que no debe considerarse católico quien no está de acuerdo con la Iglesia romana.
  • Que el pontífice puede liberar a los súbditos de la fidelidad hacia un monarca inicuo (injusto, para lo de la LOGSE)


    Consecuencias

    Como podéis ver, Gregorio VII, si de verdad es obra suya, se quedó a gusto. Estas normas son un ataque directo al poder imperial, por lo que Enrique IV convoca una asamblea en Worms, que una ciudad alemana a las orillas del Rin, y no el juego de los gusanos soldado. En ella exige la abdicación del Papa, a lo que este responde que “pa chulo yo y ahora te excomulgo”. El hecho de la excomunión igual a nuestros ojos parece un poco una tontería, sobre todo si el excomulgado tiene un conflicto abierto con la Iglesia Católica. Sin embargo en esta época era algo muy serio, tan serio que provocó que Enrique IV perdiese gran parte de sus apoyos y que sus propios súbditos se le rebelasen.

    Ante esta situación al emperador no le quedó otra que meterse el rabo entre las piernas e ir a pedirle perdón al Papa. Enrique IV tuvo que acudir como penitente al Obispo de Roma suplicando su misericordia y que le retirase la excomunión. Gregorio VII accedió y le concedió el perdón en el castillo de Canossa, un enclave en los Apeninos. Sin embargo, el Papa se negó a condenar la sublevación de los súbdito imperiales, quizá porque así se aseguraba de que iba a tener a Enrique IV ocupado y no le iba a volver a tocar las narices. Y si esta era su intención le salió perfectamente ya que el levantamiento acabó desencadenando en una guerra civil.

    Para socavar aún más el poder imperial, en esta situación de guerra civil el papado aprovecha para promover la aparición de “antirreyes” que se oponen a Enrique IV, a lo que este responde nombrando “antipapas” y lanzando una ofensiva militar sobre la propia Roma entrando en la ciudad en marzo de 1084.

    Esto obliga a que el papado tenga que recurrir a la petición de auxilio al reino normando del sur de Italia, que rescatan al Papa y expulsan a las tropas imperiales. Sin embargo Gregorio VII se ve obligado a refugiarse en Salerno, donde morirá en el 1085. Pero con Gregorio VII no muere la Reforma Gregoriana, ya que sus partidarios logran que en el 1088 se nombre Papa a Urbano II, que consigue suavizar la situación en el 1095, cuando convoca la Cruzada en el concilio de Clermont.

    Sin embargo la solución, momentánea al menos, al conflicto llegará con el Papa Calixto II y el Emperador Enrique V, que promulgaran el conocido como Concordato de Worms en 1122. En el se reconoce que la elección de obispos y abades es deber exclusivo de las autoridades eclesiásticas mientras que el emperador tiene la única responsabilidad de velar por la limpieza del proceso de elección.

    Este conflicto, y por lo tanto esta entrada, llega a su fin, pero como os imaginaréis no pone fin a las disputas entre los poderes religiosos y laicos. Luego vendrán las disputas del papado con emperadores como lo dos Federicos Stauffen y otros tantos más, algunas de las cuales ya os contaremos.

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