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miércoles, 10 de junio de 2015

Sirenas

Hermosas criaturas dispuestas a dar la peor de las muertes


    Por distintas razones, este ser mitológico ha ido evolucionando a lo largo de su propia historia. La concepción que a día de hoy se tiene de mujeres mitad pez y mitad humano está muy lejos de lo que eran las sirenas para, por ejemplo, los griegos. Y eso es algo que se ha reflejado en el arte con curiosos y preciosos resultados. Que los marineros avistaban mamíferos marinos y los confundían con estos seres mitológicos, no hace falta que venga Iker Jiménez a decírnoslo, es algo bien sabido y bastante lógico si tenemos en cuenta las largas estancias en el mar. El mundo antiguo se caracteriza por albergar numerosos relatos mitológicos, y no sólo griegos, que advertían al viajero de los peligros. Hoy nos adentraremos en la iconografía de este monstruo femenino.
    Para los griegos, las sirenas eran seres mitad mujer y mitad pájaro, con afiladas garras por pies. Sin embargo, la mitología antigua no deja claro qué divinidad es la que les otorgó las alas. Para unos fue Démeter, con el propósito de que la ayudaran a buscar a su hija Perséfone al ser raptada por Hades. Para otros, Afrodita, que les impuso las alas como castigo a su insolente determinación de permanecer vírgenes.


Escena de Ulises y las sirenas en la Stamnos de Vulci, Berlín

    En la Odisea, Homero nos ofrece el primer testimonio literario de las sirenas. No os vayáis a pensar con esto que fue el ¿autor? griego el que inventó esta figura, ni muchos menos. Las sirenas eran de sobra conocidas desde época micénica, por lo que, en la Odisea, no necesita describir su aspecto físico y, sin embargo, ningún griego las confundió con, por ejemplo, una Gorgona debido al conocimiento pleno de qué era una sirena. Como ocurría con el dios Tot egipcio, las Lasa etruscas o el dios Zu sumerio, estos seres emplumados se encargaron de acompañar el alma de los muertos al más allá, por lo que podemos encontrarnos sirenas esculpidas en muchos sepulcros golpeándose el pecho, haciendo sonar instrumentos o arrancándose los cabellos como las plañideras romanas. Cuenta la Odisea que Ulises, después de pasar un año en Cirene, decidió continuar su camino a Ítaca. Fue entonces cuando una maga le advirtió de los peligros que podría encontrarse en el mar, siendo el primero de ellos unos seres malignos que hechizaban a los marinos con su canto. Las instrucciones para evitarlas son muy claras:

“Pasa de largo y tapa los oídos de tus compañeros con cera, a fin de que ninguno las oiga; mas si tú desearas oírlas, haz que te aten a la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil, y que las cuerdas se liguen a él; y así podrás deleitarle escuchando a las sirenas”



    Como ya sabemos, Ulises era más terco que el Coyote intentando atrapar al Correcaminos, así que terminó por atarse al mástil y caer en la seducción de estas mujeres que le decían:

“Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin oír la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que van todos después de recrearse con ella y de aprender mucho; pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la antigua Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra”.


Ulises y las sirenas. John William, 1891. Galería Victoria, Melbourne.
    Las sirenas no son tontas, ni mucho menos, y no ofrecían sus encantos como sería de esperar, sino aquello que más feliz hacía al hombre griego: el conocimiento. Una vez tenían al hombre en su red, hacían que saltara de su embarcación para acabar siendo devorado por ellas en una isla en medio del mar. Volverán a aparecer más tarde en las Argonaúticas, obra de Apolonio de Rodas. Esta vez volverán para dirigir sus cantos hacia el Argos, navío que transportaba Jasón en busca del preciado vellocino de oro. En este barco también habían embarcado Laertes, padre de Ulises, Peleo, padre de Aquiles, y el músico Orfeo. Fue éste el que salvó la vida de todos los que iban en el barco cuando, una vez que las sirenas iniciaron su canto, empezó a entonar una melodía con su lira aún con más fuerza que tapó a la de las malvadas mujeres. Era normal salir un poco mal parado cuando te enfrentabas a un héroe y es que, los héroes, al fin y al cabo, representaban lo racional y lo civilizado. Como los griegos, pensarían ellos.



Sirena en uno de los capiteles de San Claudio de Olivares, Zamora. Siglo XII
Sirena representada en un mosaico de la catedral normanda de Otranto, en el sur de Italia. Siglo XII






    Por otro lado tenemos a las sirenas con la mitad inferior en forma de pez, que constituyen una de las mayores metamorfosis en la mitología, la misma que nos dice que esta transformación podría ser el castigo por haber querido competir musicalmente con las Musas. Aunque es verdad que se han buscado otras explicaciones como la de un error etimológico que se habría producido al traducir la palabra griega pterüguion que puede significar tanto “ala” como “aleta”. Sea como fuere, los primeros bestiarios de la Edad Media admiten la existencia de las dos formas, aunque poco a poco la segunda irá haciéndose un hueco para quedarse. La primera vez, que se tenga constancia, que aparecen, es en el Liber Monstruorum, un manuscrito anglosajón redactado entre los siglos VIII y IX. Estas sirenas siguen manteniendo su vinculación con el mar y los efectos de su canto, pero ya no son sabias y no ofrecen la posibilidad de conocer los secretos del presente, el pasado y el futuro. Ahora su canto es sensual, erótico y lujurioso, al igual que sus cuerpos. Y ya no les acompañarán instrumentos musicales, prohibidos por considerarlos inspiradores del pecado, sino espejos y peines. La Iglesia aprovechará esta figura para dotarla de maleficencia e incluso equiparará a Ulises con Cristo resistiendo frente a los pecados. Pero estos seres seguirán apareciendo hasta hoy en día en obra de Jacques de Vitry, Dante, Petrarca, Calderón de la Barca, etc. o en leyendas y cuentos de, por ejemplo, el mundo nórdico y sus Margygr. Y no olvidemos la tradición de ponerlas en las proas de los barcos aunque también las veremos aparecer delimitando los primeros mapas cosmográficos y en los capiteles de las catedrales más famosas.



   

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