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lunes, 29 de junio de 2015

La caída del Reino Visigodo de Toledo

Últimos años y llegada de los musulmanes a la Península Ibérica


    Todos sabemos, o al menos eso espero, que allá por el año 711 se produjo la caída de la monarquía visigoda en la Península Ibérica, con su capital en Toledo, y la mayor parte de la misma quedó bajo el control musulmán. Y aunque de esto hablaremos también un poco, nos centraremos sobre todo en las causas que facilitaron la entrada de las tropas musulmanas y la posterior derrota y disgregación del reino cristiano.


    Desde sus orígenes, la monarquía visigoda no es que formase un reino con un gobierno estable ni mucho menos. El carácter de monarquía electiva provocó que más de una vez se diesen de tortas por el trono, aunque sobran ejemplos de monarquías hereditarias en las que ha pasado tres cuartos de lo mismo. Al mismo tiempo, la adopción del catolicismo y el abandono del arrianismo durante el reinado de Recaredo (586-601) que ya anticipó anterior revuelta de Hermenegildo (580-584), dejó patente la inestabilidad del poder. Porque aunque con la conversión de Recaredo la adopción al catolicismo se extiende a todos sus súbditos, no es acatada por las buenas en todas las sedes episcopales.

Los últimos años del Reino Visigodo

    La evolución de la monarquía así como el empeoramiento de la situación económica, llevan a un proceso de feudalización del reino visigodo, teniendo que echar mano de tropas de los nobles para engrosar el ejército real. Esto provoca la presión de la nobleza por conseguir mayores parcelas de poder, dando origen a revueltas que se cristalizarán en el XIV Concilio de Toledo en el 684. En él se consagran nuevos privilegios para la nobleza. Este hecho sería una especie de pago por los servicios prestados al rey en ese momento, Ervigio, cuyo ascenso al trono fue posible gracias al complot para derrocar a Wamba en el 680. No deja de ser paradójico que Wamba, que según parece no quería ser rey dada su avanzada edad, fuese obligado por los nobles a ocupar el trono para, posteriormente, ser engañado, sedado, depuesto y obligado a tomar los hábitos. Están tardando en producir una serie sobre el Reino Visigodo de Toledo, ahí lo dejo.

    Con este auge del poder señorial y la situación de crisis económica agudizada por la sucesión de años de malas cosechas, a inicios del s. VIII nos encontramos con un reino con una situación social de extremos. Tenemos, como os supondréis, por un lado una pequeña élite hispanogoda adinerada y por otro una gran parte de la población empobrecida. Estos últimos ven las disputas por el poder como algo que les es ajeno y que en ellas siempre llevan las de perder. Y en estas estamos cuando, en el 711 se lía parda, ya muerto Witiza, el cual había asociado al trono a su hijo Agila. Esto era algo que ya el padre de Witiza, Egica, había hecho con su hijo y que, pese al carácter electivo de la monarquía, solía ser ratificado a la muerte del rey “titular”. Sin embargo esta vez no fue así.

El conflicto y la leyenda en torno a la aparición de las tropas musulmanas

Representación de Don Rodrigo con pose semi-sexy
    Al heredero nombrado por Witiza se opone el candidato elegido por la mayor parte de la nobleza, Rodrigo, el rey visigodo con el nombre más soso. Pese a que en un primer momento Rodrigo vence a Witiza y se hace con el poder, entran en juego unos vecinos del otro lado del estrecho, los musulmanes. Todo parece indicar que Agila y sus partidarios, derrotados, deciden pedir ayuda a Muza ibn Nusair, gobernador musulmán de Ifriqiya (lo que hoy es Túnez), para recuperar el trono. Pero bueno, una vez que ya estaban dentro y vieron que no era complicado hacerse con el poder, pues para qué cederlo.

    En este punto surge una leyenda, de base histórica muy cuestionable, y que ocuparía los programas de la parrilla de cierta cadena de televisión con el número cinco. Hablamos de la traición del conde Don Julián. Este Don Julián era el gobernador visigodo de la Tingitania, área que se extendería desde Tánger a Ceuta, en ocasiones se le menciona como gobernador de Ceuta sin más. Pues bien, el susodicho gobernador, pese a ser seguidor del bando witizano, una vez Rodrigo se hace con el trono no tendría por qué seguir guerreando, pero aquí entra en juego “la honra”. Según dice la leyenda, la enemistad de Julián con Rodrigo no se debía unicamente a motivos políticos, sino que el rey habría mancillado el honor de la hija de Julián, Florinda.

    Pues resulta que Julián habría mandado a su niña a la Corte, como era habitual en la aristocracia de la época. Un buen día estaba Florinda bañándose en las aguas del Tajo y pasó por allí el rey y al verla no se pudo contener y la forzó a mantener relaciones íntimas; osea, la violó. Este hecho haría que Don Julián jurase venganza y, cuando se produce la alianza entre Agila y Muza, este facilitaría todo lo posible el paso de las tropas musulmanas al otro lado del estrecho. Huelga decir que los cronistas cristianos ponen de vuelta y media a Florinda, por haber sido, según ellos, la causante de la caída del Reino Visigodo.

     Es necesario decir que, en una de las crónicas más importantes de la época, la llamada "Crónica Mozárabe", no se alude a ninguna confabulación ni venganza para explicar la llegada del invasor musulmán. En esta obra contemporánea a los hechos, que recoge acontecimientos desde principios del siglo VII hasta mediados del VIII, simplemente se deja patente la debilidad y la situación de guerra civil que se vivía en el reino visigodo. En lo que no duda es en dar un carácter catastrófico a la invasión, llorando las desgracias que la invasión supuso, con territorios arrasados y ciudades incendiadas. 

    En cambio, en el bando musulmán en la crónica conocida como "Ajbar Machmua" se alude tanto al conflicto entre Rodrigo y Witiza como a la traición del Don Julián. De Rodrigo se dice que arrebata el trono, pese a no ser de sangre real, a los herederos de Witiza. Hay que recordar que no ser descendiente de reyes no era impedimento para acceder al trono, ya que era electivo.

    Leyendas aparte, el primer desembarco musulmán para echar un ojo a ver como estaban las cosas en la Península se produce en el año 710. Sin embargo Muza recibe la orden del Califa de no enviar una gran expedición, ya que desconocían la situación real que se iban a encontrar. Desembarcan unos 400 hombres según el "Ajbar Machmua" que no encuentran resistencia, porque el ejército real estaría sofocando una revuelta de los vascones. Este primer contacto sirve para que los musulmanes vean que los impedimentos para adentrarse en el territorio son mínimos, y así mismo consiguen el suficiente botín para asegurarse de que la invasión les resultará rentable. De este modo se prepara el terreno para que el lugarteniente de Muza, Tarik, desembarcase ya con un ejército en condiciones, unos 7000 hombres según la misma fuente, en su mayor parte berberiscos y libertos. Sin embargo, para enfrentarse a los visigodos en la gran batalla que decidirá el destino de la presencia musulmana y del reino visigodo, Tarik decide pedir refuerzos y Muza le envía otros 5000 hombres.

    La primera y única gran batalla es la de Guadalete, en julio del 711. En ella se enfrentan según la crónica que más datos nos aporta, el "Ajbar Machmua", por el bando musulmán unos 12000 hombres frente a casi 100000 por el bando visigodo. Es más que probable que esta desproporción no sea real, pero sí que es seguro que las tropas visigodas superaban en mucho el número de las musulmanas. Pero esta superioridad no sirve de nada ya que, atendiendo a la misma fuente, en el momento de la batalla los dos hijos de Witiza, al mando de los flancos, abandonan el campo de batalla. La derrota visigoda es total y casi todas las fuentes recogen la noticia de la desaparición del rey Rodrigo en combate. Sin embargo y pese a la disolución del ejército real y a causa del proceso de feudalización que mencionamos anteriormente, las tropas musulmanas tendrán que ir haciéndose con el control del territorio plaza a plaza. En este período se habla de la colaboración de la población judía con los invasores, los cuales le encomiendan la defensa de enclaves tan importantes como Córdoba. Esto puede ser debido a que, desde el punto de vista religioso, los nuevos pobladores ven con mejores ojos a estos que a los cristianos, a los cuales se refieren en el "Ajbar Machmua" como "politeístas" por el culto a los santos.

El control musulmán del territorio peninsular


    Pese al evidente carácter militar de la invasión, no todo fueron batallas. Parte de los aristócratas visigodos, viéndose derrotados y sin capacidad para oponerse al invasor, decidieron huir o pactar. En más de una ocasión se entregaba la ciudad al dominio musulmán previa garantía de que se respetaría el estatus del gobernador y se le permitiría a los habitantes seguir profesando su fe y ocupando sus tierras. No hay que olvidar que, en un primer momento, los musulmanes que se asientan en la Península no buscan la conversión ni mucho menos el exterminio de los cristianos, simplemente quieren el control territorial. Por su parte los aristócratas a la fuga acabarán recalando en la zona asturiana, dando origen al poco tiempo al bien conocido Reino Astur. Mientras tanto, Agila esperaba sentado a que le devolviesen su trono.

    A la rápida expansión del dominio musulmán ayudó la red viaria romana, que permitía una, relativamente, rápida movilidad de las tropas. Este contingente musulmán, en su mayoría mercenarios bereberes reclutados en el norte de África, no era demasiado amplio. Se considera que, en la segunda mitad del s. VIII, en época ya de Abd al-Rahman I, habría unos sesenta mil musulmanes dentro de una población total de unos cuatro millones. Además, dado que los musulmanes van llegando en oleadas, este número en los primeros años de la invasión sería mucho menor.

    Teniendo en cuenta estas cifras nos podemos hacer una idea de la precaria situación en la que se encontraba el Reino Visigodo, que sucumbió fácilmente ante las tropas invasoras. Al mismo tiempo también podemos suponer que la población hispanogoda no vería en los invasores nada más que un cambio de la clase dominante, con otra religión, sí, pero que respetaba la suya. Ante este escaso interés por la conversión de los cristianos al Islam resalta en hecho de que se intentarían ahorrar posibles levantamientos populares, ya que no contaban con tropas suficientes para sofocar una revuelta.

Mapa de la Península, como podéis ver, del s. IX.


    Y aquí lo dejamos, con una Península Ibérica en su mayor parte controlada por las tropas musulmanas salvo en las zonas del Norte. En estas áreas septentrionales se encontraban los restos del Reino Visigodo, que serán el germen de los futuros reinos cristianos que iniciarán la Reconquista en unos años.

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