La época dorada del Imperio Bizantino bajo el mandato de
Justiniano I El Grande
Justiniano I El Grande
La historia de lo que conocemos como Imperio
Bizantino hunde sus raíces en la fundación de Constantinopla por
Constantino en el año 330 d.C., aunque originalmente su nombre era
Nueva Roma. El nombre de Bizancio se le aplica posteriormente y se
debe a que la ciudad fue levantada sobre los restos de un enclave de
origen helenístico llamado Byzantium. Por otra parte, en la época
imperial los ciudadanos de lo que conocemos como Imperio Bizantino se
denominaban a sí mismos como romanos.
Evolución del Imperio
Los motivos de la fundación de una nueva ciudad con
las funciones de una capital en la zona oriental del Imperio Romano
no fue casual, ya que en este momento es en Oriente donde se
encontraba el verdadero corazón del Imperio. Se encontraba a medio
camino de las dos principales fronteras: la del Danubio que lo
separaba de los pueblos germanos, y la frontera del Éufrates, que
limitaba con el Imperio Sasánida. Además esta zona del Imperio
había soportado mucho mejor la crisis del siglo III y esto unido a
que la zona oriental era la que más población tenía y la que más
trigo producía hace que su importancia económica sea
incuestionable. Estas diferencias entre las dos zonas se acrecentarán cuando finalmente se divida el Imperio Romano, en el año 395.
La época del Imperio Bizantino, como tal, comienza con
la caída del Imperio Romano Occidental en el 476. Tras la deposición
del último emperador y el destierro por parte de Odoacro de Rómulo Augústulo (nombre poco pomposo y
pedante), hace que Odoacro envíe las
insignias imperiales a Constantinopla reconociendo a su Emperador,
Zenón, como el máximo gobernante también en Occidente. Es decir,
se produce una reunificación del Imperio Romano bajo el gobierno de
Constantinopla, aunque se trata de algo meramente nominal ya que
Occidente se divide en diversos reinos independientes.
Llegada al trono de Justiniano y sus primeros problemas
Imagen de Justiniano en el mosaico de la iglesia de San Vital de Rávena |
Tras la caída de Occidente, Constantinopla no hace
más que seguir incrementando su importancia durante los gobiernos de
Zenón (474-491), Anastasio (491-518) y Justino I (518-527). Durante
el mandato de este último, en el 520, asocia a su sobrino al trono,
que no será otro que Flavio Pedro Justiniano, más conocido como
Justiniano I, apodado El Grande. Esta asociación sería algo así
como nombrarlo vicepresidente o coemperador, para que nos entendamos.
Gracias a ello, a la muerte de su tío, Justiniano ya conocía la
situación real del Imperio y los mecanismos del poder. Pero esta
experiencia y conocimiento no evitaron que pronto tuviese que poner
fin a una revuelta interna que a punto estuvo de costarle el trono en
el 532.
El epicentro de esta revuelta se encuentra en el
Hipódromo, principal punto de contacto entre el Emperador y el
pueblo y el núcleo de la vida social y política de los ciudadanos
que ya había desencadenado algún problema, pero nunca de la
magnitud del que estamos hablando. El Hipódromo y las carreras de
aurigas tenían una importancia mucho mayor de la que en un principio
podríamos pensar, los dos bandos, Pasinos (verdes) y azules, en los
que se dividía dejaría a los ultras de cualquier equipo de fútbol
de nuestro tiempo a la altura del betún. Y no se quedaba en una mera
lucha o disputa de hinchas deportivos, sino que el Emperador
necesitaba de ambos bandos tanto a la hora de proclamarse como
gobernante públicamente como para llevar a cabo sus políticas, para
lo que se apoyaba en uno u otro bando según le fuesen o no
favorables.
De este modo se mantenía el equilibrio, pero la
elección de algunos colaboradores como su “asistente legal”
Triboniano, hizo que ambas facciones siempre divididas se uniesen
contra el Emperador. Es posible que además de estas elecciones
tuviese algo que ver el escaso aprecio que ambos bandos sentían por
la emperatriz Teodora, sobre todo el de los verdes que había
rechazado a su familia como miembros. La animadversión a Teodora no
era algo exclusivo de los bandos del Hipódromo y para muestra
tenemos los testimonios del principal cronista de esta época,
Procopio de Cesárea, pero esto es otro tema que ya trataremos.
El estallido de la revuelta se produce en el mes de
enero del año 532 y se la conoce como la Revuelta de la Niká,
porque ese era el grito de ambos bandos. Niká como sabréis
significa victoria. En un principio la revuelta giraría en torno al
derrocamiento de los colaboradores y magistrados del Emperador que no
les gustaban, pero cuando Justiniano accede a sus exigencias no se
acaba ahí. El siguiente paso será intentar derrocar al propio
Emperador, intentando aupar al trono a su propio candidato, Hipacio,
senador y sobrino del anterior emperador Anastasio.
Ante esta situación algunas fuentes apuntan a que el
primer impulso de Justiniano fue marcharse al exilio y que fue
Teodora quien lo convenció para que se quedase y plantase batalla a
los rebeldes. Fuera como fuese, lo que sabemos es que finalmente el
Emperador envía al ejército contra los rebeldes acabando con la
revuelta en la llamada “Masacre del Hipódromo” que se saldó con
unos treinta mil muertos, entre los cuales se encontraba el aspirante
al trono.
Aunque no lo parezca, las consecuencias de la
revuelta fueron positivas para Justiniano ya que supuso un
reforzamiento de su poder y le permitió tener una excusa para, poco
a poco, ir prescindiendo de las magistraturas y del senado y dotar al
Imperio de un gobierno si cabe más personalista. En cuanto a la
ciudad, hoy en día Estambul, quedó destruida o muy afectada tras los
disturbios que se prolongaron durante cinco días, algo que tampoco
es del todo negativo ya que a esta destrucción le siguió la
construcción de nuevos y modernos edificios. Un ejemplo de esto es
la construcción de la iglesia de Santa Sofía, que se inicia apenas
unas semanas después de la revuelta y la destrucción de una
basílica anterior en ese mismo emplazamiento.
La emperatriz Teodora en otro mosaico de la misma iglesia que el anterior |
Expansión territorial
Pese a este reforzamiento del poder Imperial,
Constantinopla tiene un importante punto débil, el ejército. Éste
está cada vez más compuesto por mercenarios, lo que hace que el
coste de cualquier expedición o del simple mantenimiento de la tropa
sea mucho mayor. Al mismo tiempo, siempre estará escaso de efectivos
y siempre estará más pendiente de la defensa de las fronteras que
de ampliar sus dominios. Sin embargo la presión de la defensa
fronteriza se alivia cuando Justiniano llega a un acuerdo con el Sha
Sasánida, ya antes de la revuelta de la Niká, mediante la firma de
un acuerdo de paz. Este acuerdo liberará a las tropas encargadas de
defender este área y podrán ser utilizadas para otros menesteres.
Este hecho permite que el Imperio Bizantino emprenda
una serie de expediciones destinadas a la conquista de algunos de los
territorios que formaban parte del Imperio Occidental. Si esta serie
de conquistas está apoyada en el ideal de recuperar las fronteras
occidentales es cuestión de debate, lo que sí sabemos es que esta
fue una de las justificaciones utilizadas para ello. La otra es la
restitución de la ortodoxia cristiana en el Imperio, ya que
nominalmente esos territorios seguían siendo sus dominios. Fuese por
el motivo que fuese, el hecho es que para emprender cualquiera de las
tres principales expediciones de conquista que explicaremos a
continuación, se aprovecha un momento de debilidad del reino a
conquistar. De no haber sido así y ante la escasez y precariedad de
las tropas imperiales, la derrota estaría garantizada.
Conquista del Reino Vándalo de África
Situado en la costa norte de África y con capital en
Túnez, la expedición se desarrolla entre los años 533 y 534. Se
aprovecha una crisis sucesoria a raíz del destronamiento de su rey,
Hilderico. La expedición estará comandada por Belisario, el general
de confianza de Justiniano hasta su caída en desgracia, de la que ya
hablaremos, y compuesta por unos 18.000 hombres. Por el camino se
harán también con el control de Córcega, Cerdeña y las Baleares; y
una vez lleguen al Reino Vándalo se harán rápidamente con su
control, manteniendo el dominio sobre este territorio durante más de
un siglo. El principal motivo para la conquista de esta zona fue su
gran importancia económica, sobre todo por la producción de grano
panificable. Sin embargo no todo es positivo, ya que en este territorio habrá un importante número de población bereber que no aceptará
la conversión al cristianismo y, por otro lado, la población
cristiana estará más apegada a la Iglesia Romana que a la de
Constantinopla.
Conquista de la Italia Ostrogoda
Esta empresa se desenvuelve entre los años 535 y 555
y se inicia tras el asesinato del heredero del rey Teodorico, Amalasanta. Las sucesivas expediciones estarán comandadas también
por Belisario pero en este caso se encuentran con muchas dificultades
y su avance será lento. Para colmo, a las dificultades del
avance se une la epidemia de peste desatada en el 542, que ralentiza
aún más la conquista. En el 552 Belisario será apartado de su
cargo por Justiniano, que veía que este había acumulado mucha fama
y poder y temía que lo derrocase. Su puesto lo ocupa el general
Narsés, cuya pericia no es comparable a la de Belisario. En el año
555 se da por finalizada la empresa, aunque no llegan a controlar
todo el territorio y las conquistas se verán reducidas cuando al
poco tiempo entren en Italia tropas del reino lombardo, que dejan el
dominio bizantino reducido a las ciudades de Roma, Ravena, Venecia y
Sicilia. El control bizantino de la ciudad romana supone un
reforzamiento del poder del Papa, que sería el encargado de defender
esta ciudad, y será el germen de la creación de los Estados
Pontificios.
Conquista del Reino Visigodo
Esta expedición se extenderá desde el 551 al 552 y
se corresponde con el estallido de la guerra civil entre Agila y
Atanagildo, un nuevo conflicto entre católicos y arrianos. En este
momento irrumpe en la Península Ibérica un ejército bizantino comandado por
Liberio, que acaba por controlar zonas del Levante y la provincia
romana de la Bética incluyendo Málaga, Córdoba, el Algarve, Ceuta
y Cartagena. Esta última ciudad será donde se establezca la capital
y la residencia del gobernador.
Últimos años de reinado
En la última época del gobierno de Justiniano este
se encuentra con numerosos problemas. Quizá el más importante sea
la escaso éxito de la mayoría de sus conquistas, para empezar
porque los costes de la conquista son muy superiores a los beneficios
obtenidos. Esto se agrava aún más cuando se pone fin a la tregua
con el Imperio Sasánida, lo que exige un nuevo esfuerzo tanto de las
tropas como económico de un Imperio enfrascado en una costosa
dinámica de conquistas exteriores. La guinda la pone la debilidad de
la frontera de los balcanes, que desde el año 550 se ve asaltada por
eslavos y turcomanos que entran por oleadas en el Imperio. Hay que
mencionar también que en el año 548 se produce la muerte de la
emperatriz Teodora, lo que deja tocado a Justiniano, ya que era una
parte fundamental del gobierno y su principal apoyo.
El año de la muerte de Justiniano, el 565, la crisis
económica queda patente con la supresión del pago de su sueldo a
las tropas y la venta de cargos públicos para financiar el Imperio.
En definitiva el balance que obtenemos del gobierno de Justiniano I
El Grande es el de un Imperio engrandecido territorialmente pero
económicamente al borde de la quiebra dado el coste de esta
expansión. Al mismo tiempo se empieza a vivir una situación similar
a la del Imperio Romano Occidental, con la continua entrada de
pueblos extranjeros y la imposibilidad de impedirlo mediante la
defensa de las fronteras.
Para finalizar tenemos que decir que además de todo
lo que hemos comentado, durante el gobierno de Justiniano se lleva a
cabo algo que quizá parezca anecdótico pero que seguramente sea de
las cuestiones más importantes: la codificación y adaptación del derecho
romano en el llamado Corpus Iuris Civilis, llevado a cabo por
Triboniano antes de su deposición. En él se recogerían las leyes
dictadas entre el gobierno del emperador Adriano (117-138) hasta el
año 530. Estas leyes sería traducidas al griego, lengua oficial del
Imperio Bizantino y modificadas sobre todo por una causa; esta
codificación legal es llevada a cabo por y para una sociedad
totalmente cristianizada, no por una pagana, por lo que las leyes
pasas por el filtro del cristianismo oriental. Otro motivo para darle
importancia a esta obra es que este será el derecho romano que
llegará a Occidente.
Por último decir que si alguien siente curiosidad
por esta época no dude en consultar la obra de Procopio de Cesarea
(500-560), en especial su Historia Secreta, que quizá aporta
menos datos útiles que sus demás obras pero es una lectura bastante
amena en la que saca a relucir los trapos sucios del Imperio, dejando
patente su escaso aprecio por la emperatriz Teodora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario