Recorrido por la figura y el tiempo del controvertido rey Batallador
Todos los que tenemos algún tipo de interés en la Historia, ya
sea como mero entretenimiento, vocación o, pocos son los elegidos,
profesión, nos sentimos atraídos por algún personaje histórico en
concreto. Y aunque, por suerte, a día de hoy la Historia se ha
convertido en algo más que el simple relato de las personalidades
poderosas y principales a lo largo del tiempo, no he podido evitar
dedicar mi primera entrada a uno de esos personajes que despertó
en mí interés, curiosidad y, porqué no decirlo, desconcierto
durante la carrera. Sí, como habréis adivinado se trata del monarca
cuyo nombre aparece como título de la entrada, Alfonso I de Aragón,
más conocido como El Batallador, que reinó en Aragón y Pamplona
entre los años 1104 y 1134. Treinta años que se debieron hacer muy
largos, sobre todo a sus enemigos, porque a los reyes no se les suele
dar un apodo por casualidad; por ejemplo: al pobre Sancho I de
León, el Gordo, del que se dice que tenían que transportarlo en
carreta.
Orígenes
Comencemos ya con las andanzas de Alfonso I. Tenemos que decir que
su destino no era el de reinar, ya que era el segundo hijo del rey
Sancho Ramírez, pero a la muerte de su hermano Pedro I, que no dejó
herederos, le tocó ocupar el trono. Su formación antes de ser
coronado era puramente militar, lo que aprovecharemos para comentar
que en esta familia se cumple el esquema típico de las familias
pudientes, ya que un hijo está destinado a suceder a su padre, el
segundo se entrega a la carrera militar mientras que el tercero, el
que después será Ramiro II y ya hablaremos de él, se orienta al
servicio eclesiástico. Pues bien, para poder entender los actos que
tendrán lugar bajo el reinado de nuestro Alfonso hay que conocer la
situación del mundo que él conocía y sus influencias hasta el
momento.
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Estatua de Alfonso I El Batallador en Zaragoza |
En 1104 habían pasado nueve años desde que el Papa Urbano II
convoca la I Cruzada, por lo que el clima de lucha contra el Islam se
encontraba en unos de sus momentos más álgidos. Además, sus antecesores
en el trono aragonés venían marcando una trayectoria de conquista
de territorios en manos musulmanas, por lo que
tenía bastante marcada la línea a seguir y en sus primeros años de
reinado ya lleva a cabo la toma de territorios como Tauste (localidad situada en la actual provincia de Zaragoza)
Primeros años de reinado y matrimonio con Urraca
Sin embargo otro de los acontecimientos que marcará el devenir de
buena parte de su reinado surge inesperadamente: su matrimonio con
Urraca Alfónsez, hija de Alfonso VI de Castilla que incluyó la
celebración de este casamiento entre sus últimas voluntades. Quizá dudaba que la nobleza castellana aceptase a una mujer como
reina sin intentar menoscabar su poder y veía en el rey aragonés
una figura que podría asegurar el gobierno. O quizá anhelaba la
unidad de los dos reinos peninsulares como vienen a indicar los
acuerdos prematrimoniales en los que Urraca recibe unas cuantas
propiedades de la corona de Aragón, mientras que el Batallador recibe
como dote aportada por Urraca la totalidad del reino castellano que
sería heredado por el hijo que pudiesen tener en común. Eso sí, con la
salvedad del Reino de Galicia, que iría a parar a manos del hijo de
Urraca, Alfonso Raimúndez, el futuro Alfonso VII, que aprovechará
esto para hacer la puñeta tanto al rey aragonés como a su propia
madre.
Urraca de Castilla con el cetro real y las leyes mostrando que "aquí mando yo" |
Fuera como fuese, a Urraca nadie le preguntó si se quería casar
con ese señor y aunque seguramente ella dejó muy clarito que no le
hacía la más mínima gracia, no le quedó otra que
apechugar y contraer matrimonio. Aquí las versiones varían
dependiendo de a quien hagamos caso, ya que los cronistas castellanos
hablan del marido como un maltratador, acusación que ponen en boca
de la propia reina, y lo desprecian tildándolo de bárbaro y de
“poco listo”. Por otra parte en Aragón se dice que para nada,
que la culpa es de Urraca que era muy rara y que cómo un hombre tan
honorable y piadoso como Alfonso le iba a poner la mano encima a su
esposa.
Lo que tenemos claro es que Alfonso estaba encantado con ser rey
de Castilla y se seguirá denominando como tal hasta poco antes de su
muerte. Urraca vio abierto el cielo en 1114, tan sólo cinco años después de la boda, cuando la Iglesia declara el matrimonio nulo por motivos de consanguinidad, (con una serie de motivos cogidos con pinzas porque había casos peores). La Reina presionó para que la anulación se hiciera efectiva y la nobleza castellana no dejaba otra salida que la
nulidad y que Alfonso volviese a sus cosas si querían recuperar la
paz en Castilla. Pero el Batallador se quedó por ahí algunos
territorios para irse a combatir a Castilla de vez en
cuando, algún beneficio tenía que sacar, ¿no?
Intensificación de la actividad bélica
El rey aragonés decidió ahogar la pena por su matrimonio fallido
de la única manera que sabía: guerreando. Y como llevaba cinco años
distraído casi sin hacerle caso a estos asuntos pues parece ser que
tenía cierta prisa y se lanzó al ataque, teniendo entre ceja y ceja
la idea de la conquista de Zaragoza, por aquel entonces en manos almorávides. La cosa
se aceleró aún más en el momento en el que el Papa le da el
carácter de Cruzada a la expedición a comienzos de 1118. A finales
de este mismo año la ciudad se rinde y prácticamente la totalidad de
la extensión del reino almorávide de Zaragoza pasa a manos de la
corona de Aragón. Esta grave derrota infligida sobre los almorávides
da alas a Alfonso y a continúa la ofensiva haciéndose con Tudela y
Calatayud entre otros territorios. Su avance sólo se ve frenado por las
aspiraciones expansionistas de Ramón Berenguer III, conde de
Barcelona, que le impide acercarse a Lérida. Diría que eso le
tocaba a él, “que lo tuyo ya es abusar, Alfonso”.
Dos años después de esto, en 1125, se inicia una nueva campaña que,
la verdad sea dicha, igual no se lo pensó muy bien el Batallador, ya
que se lanza a la conquista de tierras andaluzas con la idea de tomar
Granada. Hasta aquí todo normal, el problema viene cuando decide
poner sitio a Granada, a mediados de enero. Obviamente el mal tiempo
hizo que tuviese que retirarse, seguramente sin asediar realmente la
ciudad. Era una empresa destinada al fracaso teniendo en
cuenta las malas condiciones y que la ciudad estaría más que
preparada para la resistencia. Pero lejos de dar media vuelta e irse
para su casa, la cual pisaba poco, decidió lanzarse al saqueo del
Valle del Guadalquivir, porque ya que estaba por ahí algo habría
que hacer, llegando hasta las proximidades de Écija como extremo
occidental y hasta Málaga por el Sur.
Cuando por fin se vuelve a sus dominios, inicia conversaciones con el
nuevo rey castellano, Alfonso VII, con el fin de pacificar sus
propiedades en territorio castellano, destacando sobre todo Burgos que acababa de ser
rendida a Castilla. Como este follón ya duraba mucho y al Batallador le había quedado bastante claro que poco podía hacer
por las malas, (llegó a nombrar como obispo a su hermano
Ramiro, pero nunca pudo ejercer como tal) se sienta a
negociar y ambos monarcas delimitan sus áreas de dominio.
Últimos años de reinado
Solucionado este quebradero de cabeza que lo distraía de su
furibunda lucha contra el Islam, decide convocar de nuevo a sus
ejércitos con la intención de dirigirse hacia al reino de Valencia
en 1129. Algunos dicen que con la intención de tomar la ciudad y
embarcar desde su puerto con destino a Tierra Santa para participar
en las Cruzadas; pero aquesta es cosa poco probable porque no tiene demasiado
sentido. Pero conociendo a nuestro Alfonso tampoco lo descartamos. Lo
que sí sabemos es que no conquistó Valencia y se retiró para
pacificar la zona del Valle de Arán, frontera que se encontraba
atacada por los musulmanes y la misma que Ramón Berenguer III no le
había dejado cruzar porque era su territorio de expansión pero no
se había expandido. No todos tenían la eficiencia de nuestro
Alfonso.
Durante un par de años se encuentra sitiando Bayona, la de más allá
de los Pirineos, no la gallega que es considerada “El Benidorm de las Rías
Baixas”. Ésta la había conquistado el Duque de Aquitania, pero logra
arrebatársela. Los últimos años de su vida vuelve a dedicarlos a
la lucha contra el infiel, esta vez en dirección a Tortosa. Y es en
este cometido donde sufre una terrible derrota, en concreto en julio de 1134, según las crónicas, en
el que el rey resulta malherido y lo que quedaba de su ejército decide huir. Su muerte sucede dos meses después,
en septiembre, y hay quien dice que a causa de las heridas, otros que
a causa de la pena y la deshonra por haber sido derrotado tan
contundentemente por unos infieles.
Testamento y solución al testamento
Lo más interesante empieza ahora, ya que el rey fallece sin
herederos directos y cuando se lee su testamento la sorpresa es
mayúscula. A nuestro querido Alfonso no se le ocurre una idea mejor
que dejar su reino a (redoble de tambores) las órdenes militares de
Tierra Santa, concretamente a la Orden del Temple, la del Hospital y
la del Santo Sepulcro, y se quedó más ancho que largo. Obviamente
esto era algo irrealizable: las órdenes religiosas no estaban
capacitadas para hacerse cargo de la administración de un reino y
maldita la gracia que le haría eso, en caso de poderse producir, a
la nobleza aragonesa. La solución por la que estos optaron fue no
hacer ni caso al testamento, poner como rey al pobre Ramiro, conocido
como Ramiro II el Monje, buscarle una esposa y encomendarle la misión
de engendrar un heredero lo antes posible.
El desconcierto por la muerte y sucesión del Batallador hace que
sus enemigos recuperen posiciones. Por un lado los musulmanes recuperan
algunos territorios y amenazan otros, como la propia Zaragoza. Por otro los castellanos con Alfonso VII a la cabeza que aprovecha para entrar en Zaragoza y
erigirse como garante de la defensa ante los musulmanes, obligando al
reino aragonés a llegar a un acuerdo ventajoso para Castilla en la
que se le nombraba protector del territorio zaragozano (aunque esté
seguía perteneciendo a la corona aragonesa). Por otra parte Navarra aprovechó para volver a independizarse, aunque acabarían
llegando a un acuerdo con Ramiro II donde se les reconocía como
reino, pero quedaban bajo la protección aragonesa.
Un párrafo atrás dejamos al pobre Ramiro II intentando engendrar
un heredero, pues bien, lo consigue, pero no es un, es una,
Petronila, y como en Aragón lo de que gobernase una mujer como que
no les hacía mucha gracia, surgió otro problema: buscarle marido. No
le faltaron pretendientes castellanos, pero el afortunado que se
prometió en matrimonio con Petronila cuando esta contaba con un año
de edad fue un catalán, Ramón Berenguer IV, que venía de someter
los Condados Catalanes a la autoridad de Barcelona. Esta elección no
fue al azar, como ya supondréis, sino que aparte de que se trataba
de un gobernante vecino que permitiría unificar los territorios, el
Conde de Barcelona pertenecía a la Orden del Temple, por lo que se
cumplía en parte el testamento de Alfonso I El Batallador. O así se
le quiso presentar al Papa, que intentaba hacer que se cumpliese la última voluntad del Rey, ya
que dejar el reino a las ordenes militares era como dejárselo a él,
era la única autoridad ante la que respondían.
En resumen: tenemos a un rey que se pasa todo su reinado ampliando
y mucho su territorio, peleándose con todos, organizando sus
conquistas y planificando nuevas actuaciones para, a su muerte,
mandar parte de lo conseguido a tomar viento por la locura de
pretender convertir la corona de Aragón en la patria de la lucha
contra el Islam hasta el punto de donar el reino a las órdenes
militares de Tierra Santa. Bueno, siempre queda la opción de que
fuese una broma y se entendiese mal, pero no creemos que nuestro
Batallador fuese hombre de chanzas.
Y hasta aquí mi primera entrada, si os ha entretenido leerla al
menos la mitad de lo que a mí escribirla me doy por satisfecho.
Muy interesante la vida de Alfonso I el Batallador. Aunque he de reconocer que yo soy muy pro Castilla y, por ende, muy pro Urraca y pro Alfonso VII (aunque entre ellos se llevaran como se llevaban) y nunca me ha terminado de caer muy bien el rey aragonés. Eso sí, me hubiese encantado poder ver la cara de los consejeros y cortesanos cuando les hiciera partícipes de su testamento. Puntazo donde los haya.
ResponderEliminar¡Esperando la siguiente entrada!
La verdad es que es una figura controvertida que dependiendo a quien se le quiera hacer caso es o un héroe o un absoluto cretino. Seguramente tenga más de lo segundo. Más allá de simpatías personales, como personaje histórico nos encanta. Seguramente le dedicaremos algún día a Urraca una entrada propia, que se la merece.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por leernos majo!
Excelente, excelente... Por mí no abandonéis nunca la Edad Media ;)
ResponderEliminarNo nos tientes....
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